EL HOMBRE IMAGINARIO de Nicanor Parra

Por Nelson Navarro C.
Profesor y Poeta           
                               

Mi oficio de profesor de castellano en escuelas de Mechuque y Puerto Montt, lo inicié puestos los ojos en el género lírico y en los mismos libros de lectura orientados hacia el segundo ciclo de enseñanza básica, descubrí junto a los alumnos admirables textos de poetas chilenos y entre ellos, Nicanor Parra. Ante la clase, me sentía un docente innovador leyendo en voz alta, poemas de su libro “Poemas y antipoemas” como “Defensa del árbol”, “Catalina Parra”, ”Hay un día feliz”, “Se canta al mar”, “Es olvido”, “Autorretrato”. Luego invitaba a los alumnos a leerlos en coro y fue un excelente método la memorización y de incorporación de los elementos sonoros y técnicos de un poema. Vendría después la parte no tan agradable y que consistía en el análisis formal (motivos literarios, figuras, rimas, aspectos métricos y más) de cada unidad poética. Finalizando esta etapa y para reconciliarnos con la belleza musical y emocional del texto, volvíamos a la carga con lecturas en voz alta, individuales y colectivas, poniendo énfasis en la gracia imaginaria y sensitiva del poeta.

Paralelamente, pude preguntarme por sus detonantes líricos llamados antipoemas y recordando que ya Vicente Huidobro había escrito en su Altazor, “soy antipoeta y mago”. Tuve entonces que explicarme conceptos, como desacralización del poeta, su antisolemnidad, el uso de un lenguaje cotidiano o de la tribu, el tono hablado-coloquial, antirretórico, irónico, es decir una devaluación total del poeta, un poeta diario, de la calle, la feria, el mercado, caído en la tierra de sus iguales y usando un mismo sonsonete. “Yo escribo como hablo”, nos dijo cuando vino al “Arcoiris de poesía” y conversó largo sobre su obra. Nosotros, jóvenes y viejos escuchábamos al maestro de limpia dicción y atento a contestar toda pregunta y a deshacer entuertos sobre la sociedad, la dictadura de entonces, sobre las academias y sus vanidades, sobre la injusticia, el amor y el pan fraternal de la palabra. Como profesor del taller literario de la Escuela de Cultura y Difusión Artística, tenía una pequeña alumna llamada Susana Sánchez y ella, leyó a su lado, el poema “Desorden en el cielo” y Nicanor Parra, de los labios de Susana, interpretó su propia tonalidad, metido en su piel de viejo sabio.

Antes de remitirme al título del presente comentario, estimé oportuno y saludable, repasar mis primeros acercamientos con la poesía de Nicanor Parra y que motivó a seguir estudiando sus últimos textos, sus entrevistas , charlas, discursos y conversaciones. Y quiero decir de inmediato, que después de repasar, sus “Poemas para combatir la calvicie”, sus artefactos, he topado con un poema tan lírico y espléndido como es “El hombre imaginario”. Cuando lo leí por vez primera, no titubeé en comentarlo como uno de sus bellos poemas y curiosamente, luego pude leer en la crítica nacional, similares comentarios. Fue sorprendente concebir que después de tanta demolición lírica, rompimiento con el olimpo, de des-enmascaramiento poético, vendría este poema que, usando repetitivamente a final de cada verso, el adjetivo imaginario, iba a alcanzar tanto vuelo , tanta luminosidad. De comienzo a fin, fluye una portentosa hilación de imágenes tras un motivo amoroso, una tesitura de nostalgia mantiene tensa la cuerda y el gran arquetipo es la mujer ausente. Su mayor despliegue lírico, se da en el penúltimo verso cuando el poeta “vuelve a sentir el último dolor”, él único que no admite el adjetivo imaginario y porque luego de reconocerlo, deja que “vuelva a palpitar el corazón del hombre imaginario”. Se sube y se baja la escalera de la mansión imaginaria, y no está presente la soñada, la anhelada mujer imaginaria, ella, ahora la extraviada, la ausente en todo el paisaje imaginario.

El tema de la soledad, de la ausencia de los seres amados, también se da en el poema “Hay un día feliz” pero es otro su contexto Aquí el poeta apela a la memoria del hogar de la infancia, a la aldea con sus casas, sus habitantes, sus jardines y huertos, a la mesa cotidiana con sus olores, los caminos con los hermanos menores “volviendo de la escuela” y que ya no existen porque “el tiempo lo ha borrado todo /como una blanca tempestad de arena”. El poeta, ya no podrá ver ni rescatar nada, porque como el poeta de los lares (Teillier) sólo guardará la memoria del país del “nunca jamás”. Mas, en “El hombre imaginario”, hay una pérdida de plenitud vital, un desamparo por lo otro, el poeta se revisa a sí mismo, se distancia de la realidad y a manera del poema “Borges y yo” de Jorge Luis Borges, se desdobla, y ante este fiel espejo, asume una tercera persona para observarse subir y bajar por la mansión imaginaria.

Es el poema, paradójicamente, menos terrenal, más bien metafísico, intemporal y tremendamente humano. El poeta se halla ante el umbral del ser, se contiene y alcanza la serenidad de los sueños y para decirnos que la vida es inexplicable, transitoria y vana. No obstante, el poeta se reconcilia consigo mismo y acepta la pérdida del amor-mujer y seguramente, terminará llamándola una vez más MARÍA. (Poema “Es olvido”).

“El hombre imaginario”, es un poema para oír, equilibra una morosidad y ritmo espléndidos, las texturas y los matices de un escenario íntimo, y si pudiéramos decir, según otro creador de la poética del espacio, es anchuroso, horizontalmente inabarcable. Estimo que el poema anuda un período magistral : “De los muros que son imaginarios/ penden antiguos cuadros imaginarios/ irreparables grietas imaginarias/que representan hechos imaginarios/ ocurridos en mundos imaginarios/ en lugares y tiempos imaginarios/. “Todas las tardes imaginarias/ sube las escaleras imaginarias/ y se asoma al balcón imaginario/ a mirar el paisaje imaginario/ que consiste en un valle imaginario/ circundado de cerros imaginarios”. Desde aquel balcón, valle, cerros imaginarios, ¿será posible un avizorar el cuerpo de la mujer imaginaria? ¿Dónde, dónde, dónde? podrán replicar las aves imaginarias del poeta imaginario.

“El hombre imaginario” es un poema prometeico ante las ardientes piedras, donde se queman las estacionalidades vitales del poeta y también el alma, o bien, la más pura y simple conciencia frente al paso de los días.

PUBLICACIONES:

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