Por Pamela Urtubia A.
Antropóloga, Directora Museo Regional de Puerto Montt
En general el concepto de patrimonio se acostumbra ha asociarlo a “identidad, tradición, historia, monumentos, los cuales delimitan un perfil en tanto un territorio para el cual tiene sentido su uso, y en general, se presenta como una estrategia conservacionista y un horizonte profesional, donde restauradores, arqueólogos, e historiadores, se asocian a ser los especialistas del pasado.
Se afirma que el patrimonio no incluye solo la herencia de cada pueblo, de las expresiones “muertas” de su cultura, sitios arqueológicos, arquitectura colonial, objetos antiguos en desuso, sino también los bienes actuales, visibles e intangible, nuevas artesanías, lenguas, conocimientos y tradiciones, por lo que se entiende como algo dinámico, que no solo debe ser crisol de aquella selección privilegiada los
bienes culturales producidos por las clases hegemónicas: pirámides, palacios, objetos legados a la nobleza o la aristocracia, hoy es imperativo reconocer que el patrimonio de una nación también está compuesto por los productos de su cultura popular, esta última, que como manifestación tanto intangible como tangible expresa la solidaridad que une a quienes comparten un conjunto de bienes y prácticas que lo identifican, la cual también suele ser un legado de complicidad social, que les reconoce a partir de un “nosotros”.
Si se revisa la noción de patrimonio desde la teoría de la reproducción cultural, los bienes reunidos en la historia por cada sociedad no pertenecen realmente a todos, aunque formalmente parezcan ser de todos y están disponibles para que todos los usen. Las investigaciones sociológicas y antropológicas sobre las maneras en que se transmite el saber de cada sociedad, a través de las escuelas y los museos, demuestran que diversos, grupos se apropian de formas diferentes y desiguales de la herencia cultural. No basta que
las escuelas y los museos estén abiertos a todos, que sean gratuitos y promuevan en todas las capas su acción difusora a medida que descendemos en la escala económica y educacional, disminuye la capacidad de apropiarse del capital cultural transmitido por estas instituciones.
En palabras de Canclini esta diversa capacidad de relacionarse con el patrimonio se origina, primero en la desigual participación de los grupos sociales en su conformación, porque a pesar que los discursos oficiales adoptan la noción antropológica de cultura que confiere legitimidad a todas las formas de organizar y simbolizar la vida social, existe una jerarquía de los capitales culturales; “vale más por ejemplo la medicina científica que la tradicional, la cultura escrita que la oral, incluso en aquellos países donde los movimientos
revolucionarios lograron incluir sabores y prácticas de indígenas y campesinos en la definición de cultura nacional, los capitales culturales de los grupos subalternos tienen un lugar subordinado secundario dentro de los dispositivos hegemónicos.” 1
Así la idea de patrimonio en términos de “capital Cultural”, puede verse como reflejo de los procesos sociales que el hombre experimenta como comunidad, y que cambian pero, desde un centro que plantea un “origen común”, “por eso la reformulación del patrimonio en términos de capital cultural tiene la ventaja de no presentarlo como un conjunto de bienes estables neutros, con valores y sentidos fijos, sino como un proceso social que se acumula, se renueva produce rendimientos que los diversos sectores
se apropian en forma desigual”2, ya que las sociedades en su progreso se complejizan, los individuos son parte de una comunidad desde distintos ángulos y roles en la estructura social, que hace que cada uno de ellos construya su propio “relato” de lo que aprecia, y recuerda del pasado (en las sociedades arcaicas casi todos los miembros compartían los mismos, conocimientos, poseían creencias y gustos semejantes, y tenían un acceso aproximadamente igual del capital cultural común).“Una tradición verdadera no es testimonio de un pasado caduco; es fuerza viva que anima e informa el presente. Lejos de implicar la repetición de lo que fue”.3

Sin duda alguna, los productos generados por las clases populares suelen ser más representativos de la historia local y más adecuados a las necesidades presentes del grupo que las fabrica, construyendo en este sentido su patrimonio propio. En la idea, de plantear una perspectiva para dilucidar lo que entendemos por identidad cultural podemos proponer que “es una sensación o convencimiento íntimo de pertenecer a un grupo humano distinto a cualquier otro; y que se construye de elementos como el vínculo con el territorio”.4
Redescubrirlos, valorarlos y priorizar su conservación, interpretación y su cambio constante entendiéndolo no como algo abstracto, sino como lo que une y cohesiona la utopía de un proyecto histórico solidario a los grupos sociales preocupados por la forma en que habitan su espacio y conquistan su calidad de vida.
REFERENCIAS
1 : : Nestor García Canclini, “LOS USOS DEL PATRIMONIO”, pág. 18, 2003.
2 : : Mario Hernán Mejía “EL PATRIMONIO CULTURAL: SU GESTIÓN Y SIGNIFICADO”, pág. 128, 2012.
3 : : Nestor García Canclini, “EL PATRIMONIO CULTURAL DE MÉXICO Y LA CONSTRUCCIÓN IMAGINARIA DE LO NACIONAL” pág. 453, 2004
4 : : Nelson Bahamonde Barría “LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA Y CULTURA LOCAL PARA LA PUESTA EN VALOR DE NUESTRO PATRIMONIO CULTURAL”, pág. 23, 2017