Poesias Harry Vollmer

Por Harry Vollmer
Profesor de Matemáticas y Poeta

En casa nunca faltó el pan, pero siempre lo comimos llorando.

Salgo pero vuelvo, prometió el gorreao Inostroza del 2° y afuera, donde la fe ya no existe,
su sonrisa no fue barco clamando a la distancia, sino la paz de los autistas,
recorrió las calles tocando sus muros con los dedos,
visitó a las madres, a las hijas de algunos compañeros.

Tardes enteras afirmó los ojos sobre el vidrio húmedo de la micro,
no bebió alcohol, pero rió solitario junto a ellos.

Una tarde sin lluvias, escuchó pastar caballos en algún rincón de la memoria
y deseó abrazarles, dormir en su panza materna por un rato.

Subió y bajó una cuesta por ambos extremos
y repitió la inversa, quizás feliz mordiendo un fósforo.

En la iglesia durmió tardes enteras
bajo un sol con ángeles multicolores.

Sólo un ajedrez de ébano lo atrae en las vitrinas,
no miró mujeres, sólo niños trotando de sus manos
y recordó al suyo, al Jorge, cuando era su verdadero padre.
Inostroza, Inostroza, el de la 12 en el 2°,
voy y vuelvo prometió a los más cercanos
y en la mañana de un domingo lleno de pájaros
bajo el seco árbol de los recuerdos
exhaló un pequeño suspiro,
tal vez el último.
Voy y vuelvo, prometió al cruzar el olvidado portón de lata
pero ya nadie, nadie.

Nadie deseaba su retorno.

En cada mujer un puerto

El amor compadre
eso nos corrompe, el amor, el amor…

Fue por aquellos tiempos
en aquellos fantásticos tiempos,
cuando destazaba el estruendoso y lastimero norte
pescando, arreando destellos en la proa de mi vieja lancha, desafiantes rugían esos HP de 1500
la aceituna dulce de las frías pupilas.

No quiero contarlo, pero veníamos de haber perdido algunas redes, de haber sentido Orcas en picada contra el horizonte, pequeños chorros de agua apagando los cielos sin jinetes ni valquirias.

Yo la quería tanto
es cierto que la quería tanto,
como no recordar sus mareas
sus olas interminables
sus finas tormentas de madrugada.

Parece, si parece que no hubo zarpe aquel día en las rampas, se cerraron todos los puertos
todos los corazones
todos los labios,
todo el calor de su aliento en mi rostro.

Ya nunca más,
nunca más,
probaré la sal tibia de sus mares,
nunca más hundirse entre los párpados
el océano,
la ostra abierta de sus ojos,
ya nunca más compadre,
ahora que preguntas,
nunca más.
Pero que me perdone nadie,
porque mil y mil veces
volvería a clavar,
a fondear mi ancla
sobre el sudor, sobre el clamor
de sus cuerpos
de loberías en celo.

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