EN EL CENTENARIO DE SU NACIMIENTO
El Departamento de Cultura de la Región entre los días 08, 09 y 10 de Agosto realizó un Seminario sobre la cuentística de este escritor mexicano, considerado como uno de los más valiosos creadores en lengua españo- la. Dictó el curso el Profesor Fernando Moreno Turner, Doctor en Estudios Ibéricos e Iberoamericanos por la Universidad de París y Doctor de Estado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Poitiers, siendo en ella Catedrático de Literatura Hispanoamericana, Director de su Centro de Investigación Latinoamericana, y hoy Profesor Emérito.
Autor de centenares de trabajos sobre la poesía y narrativa hispanoamericana y chilena contemporánea y de varios libros sobre esta temática.
Los relatos analizados fueron “Nos han dado la tierra”, “Maca- rio”, “El día del derrumbe”, “Luvina”, “La noche que lo dejaron solo” y “Anacleto Morones”.
Entre un asedio histórico-social, privilegió un enfoque más formal por cuanto consideró que también es importante es- tudiar el cómo Rulfo nos entrega su discurso poético, descu- briendo el porqué estos textos son tan atractivos, interesantes y llenos de poesía.
Su preocupación consideró relatos muy conocidos como “Macario” y “Luvina”. también otros menos observados por la crítica, en los cuales son evidentes los motivos recurrentes en la obra rulfiana, como la desesperanza, la pobreza, el fracaso, etc. Por otro lado, la ironía, la burla y el humor tienen una potencia tremenda en “El día del derrumbe” y, sobre todo, en “Anacleto Morones”.
Su enfoque se apoyó en los métodos de contraste, en dar cuenta de las dualidades, dicotomías, en el descifrar la sim- bología de títulos de las obras, nombres de personajes y una diversidad de elementos que le permitieron (re) velar pro- blemáticas subyacentes, direccionadas a las significaciones más ocultas.
Cabe destacar, que como receptores de esas clases agra- decemos la sencillez del profesor Moreno, su entusiasmo y el lograr alivianar el asedio veces recargado de detalles formales.
Resta señalar que nos ha dejado como tarea para el próximo año la lectura de cuentos del gran escritor chileno Roberto Bo- laño y como primicia un análisis inédito de “Anacleto Morones”.
VELAR Y (RE) VELAR
(Notas para una lectura de “Anacleto Morones”) Fernando Moreno T.
Un viaje, el recurso de un viaje, el vaivén por los sinuosos caminos de una conciencia evocadora, suelen constituir situaciones narrativas básicas en los relatos de Juan Rulfo. También en Anacleto Morones el viaje y el recuerdo presiden la composición del texto y determinan la perspectiva desde la cual se nos entrega, y desde la cual leemos, la historia. Además, construida básicamente en torno a un doble movimiento de encubrimiento y descubrimiento, a un constante juego de apariencias y realidades, esta narración contribuye, en especial gracias al desarrollo de ciertos elementos temáticos escasamente acentuados en el resto de su producción cuentística, a una ampliación y a una profundización del singular universo del escritor mexicano.
* * En Juan Rulfo, “El Llanos en Llamas”, Madrid, Cátedra, 1985, Letras hispánicas 218, pp.
Edición de Carlos Blanco Aguinaga. Todas las citas corresponden a esta edición.
LA DINÁMICA DE LA INTRIGA
Básicamente, Anacleto Morones es el recuento de un en- cuentro; se trata de la versión pormenorizada de una larga conversación sostenida entre el personaje narrador y un grupo de beatas que vienen hasta su domicilio para pedir- le que sirva de testigo en el proceso de canonización que intentan llevar a cabo a favor del milagroso Anacleto.
El personaje narrador, Lucas Lucatero, actualiza dicha si- tuación, pero conviene recordar que su discurso no sólo se refiere a aquel diálogo, sino también a todo un contex- to dentro del cual este se desenvuelve, contexto en el que adquiere un especial relieve el continuo vaivén espacio temporal. Viajes y desplazamientos en el espacio y en el tiempo establecen, fundan una dinámica narrativa que corresponde, en el nivel del discurso, a la constante al- ternancia entre la narración en primera persona de Lucas Lucatero y la presencia directa de la voz, de las palabras emitidas por los dialogantes.
Las mujeres han realizado un largo viaje para llegar hasta la casa de Lucas.
La progresión y la ampliación de lo evocado mediante el diálogo (es decir, gracias a una situación “estática” desde el punto de vista de la progresión de la intriga) se detiene cuando el personaje narrador efectúa sus movimientos, esto es, durante aquellos momentos en los que se recupera su propio discurso. Avance y desarrollo, pausa y detención (de la intriga y de la anécdota evocada) alternan en este constante juego de narración personal y diálogo, de discurso directo y discurso referido. Se trata de un juego que permite el paulatino des- enmascaramiento de las motivaciones, de las actitudes y de la conducta de los diversos actores. También puede observarse que se propone una relación inversamente proporcional entre el número de personajes presentes y la cantidad de información entregada con respecto a Anacleto Morones. En efecto, a medida que va disminuyendo el número de mujeres (que se van retirando poco a poco, turbadas, ofendidas, ultra- jadas por las palabras de Lucas, hasta no quedar más que una) van aumentando los detalles los recuerdos concernientes a la vida del “niño” Anacleto. Esta particular relación también se expresa en el plano formal: el texto aparece dividido en tres partes o fragmentos, cuya extensión es cada vez menor. El primer fragmento es el mas extenso y contiene el encuentro y el dialogo general con el grupo de mujeres; el segundo, mucho más breve, presenta la conversación entre Lucas y Pancha, así como el último diálogo sostenido entre Anacleto y su yerno; la tercera parte sólo consta de algunas líneas y es un iluminador intercambio de palabras entre Pancha y Lucas.
EL PODER DE LAS PALABRAS
La particular estructura discursiva del texto confiere, obvia- mente, un papel preponderante a la palabra hablada, a la es- pontaneidad y al dinamismo del habla coloquial. Pero tam- bién es evidente que en el seno de este discurso la palabra asume otras dimensiones significativas gracias a la cuales la historia se construye, se reconstruye y se explica.
Para Lucas Lucatero, la palabra es instrumento de defensa y de ataque; es desahogo, conjuro, exorcismo, como en ¡Viejas de los mil judas!; ¡Viejas infelices! (p.173).
Este calificativo recorre todo el discurso de Lucas. Lo utiliza no sólo cuando monologa, sino también cuando conversa con las distintas mujeres.
También las palabras pueden ser vistas y consideradas como el único recurso del que dispone el narrador para deshacerse de la molesta y peligrosa presencia del grupo de mujeres, y gracias a esta palabra va haciéndolas desaparecer, al mismo tiempo que va surgiendo la verdadera naturaleza del personaje evocado, las reales “virtudes” de Anacleto Morones. Por lo demás, y de acuerdo con lo que afirman las mujeres, el carácter y el comportamiento de Lucas se caracterizan por el uso y abuso de la palabra distorsionadora y difamadora, como en “Todavía no se te quita lo de andar criminando gen- te” (p.169)..
Por otro lado, aunque el humor cuya presencia es constante en el texto proviene algunas veces de las situaciones narra- das, en la mayor parte de los casos surge gracias al discurso de Lucas Lucatero. Por medio de las réplicas mordaces, por la utilización de dichos y refranes, se explicita una perspectiva irónica que constituye la base del proceso de develamien- to. Junto con la manipulación de un lenguaje altamente su- gestivo, el que emplea para hablar con Nieves, por ejemplo (pp.171 – 172).
Lucas recurrirá frecuentemente al juego de palabras, en par- ticular al doble sentido, asociando vocablos y estableciendo nuevas connotaciones: “Venimos a verte / Ya me vieron. Estoy bien. Por mi no se preocupen” (p.169); “Ni que estuviéramos tan calientes. / De eso no sé nada. Pero de por si está hacien- do calor acá afuera” (p.170); “En ti puso sus ojos para perpe- tuarse. Te dio a su hija / “Si, pero me la dio ya perpetuada.”
ENCUBRIMIENTO Y REVELACIÓN
El proceso de desenmascaramiento de la figura de Anacleto Morones y de las motivaciones profundas del resto de los personajes se produce gradualmente por medio de un intrincado juego de mentiras, falsedades, ocultamientos y enigmas que se irán matizando y resolviendo a través del dialogo y de las evocaciones. Todos los personajes aparentan y representan, ocultan la verdad o, por lo menos, una parte de ella. Así, por ejemplo, Lucas está informado de que las viejas de Amula le buscan (p.170)- y aunque sabe exactamente porqué lo hacen, no sabe para qué-; además las conoce y reconoce, pero una vez ante ellas finge una total ignorancia. Sabemos, también, que su inquietud, su angustia y sus intentos de escapatoria se explican porque él tiene algo que ocultar: el asesinato de Anacleto Morones. Este es un hecho que se anticipa de manera indirecta (p.170) y que sólo se revelará al lector en las páginas finales, pero que las viejas seguirán ignorando por- que ellas creen (es por lo menos lo que dicen) que Anacleto está en el cielo (p.176). Por su parte, las mujeres ocultan tras una fachada de probidad una vida tan disipada como la de Lucas Lucatero: recuérdese el aborto de Nieves (p.172), la costumbre de “acompañar” el sueño de Anacleto (p.178) y, sobre todo, la elocuente confesión final de Pancha (p.181). También es licenciosa la vida de Anacleto quien, de acuerdo con las revelaciones de Lucas, no es más que un charlatán, un san- tero, un embaucador, un impostor incestuoso dedicado casi exclusivamente a disfrutar de los placeres carnales (pp.174 y siguientes).

La dinámica que se establece entre el velar y el revelar no sólo se verifica en el nivel de la anécdota, sino que además se insinúa mediante una sutil presentación de indicios y coincidencias significativas. Esto aparece desde las primeras líneas del texto con la descripción de la llegada de las mujeres: “Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, como mulas bajo el mero rayo de sol. Las vi desde lejos como si fue- ra una recua levantando polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos por sobre los que caía en goterones el sudor de su cara” (p.167). Aquí, los vestidos negros (color sobre el cual insiste el narrador como para acentuar elementos negativos), la pudorosa indumentaria de las mujeres, además de sus escapularios y sus cánticos, cubren no sólo sus cuerpos sino también ocultan un modo de vida distinto, en todo caso que se contrapone con el que puede evocar esta primera imagen. Del mismo modo y posteriormente, el hecho de que las viejas vayan abandonando la casa de Lucas equivaldría a un ir extrayendo y sacando las sucesivas capas de imposturas que cubren el auténtico rostro de Anacleto Morones y de sus seguidoras.
Por otra parte, tenemos que las mujeres velan la imagen de Anacleto -lo han convertido en el “Santo Niño”-, pero sin saberlo están, al mismo tiempo velando el cuerpo de Morones, enterrado bajo un montón de piedras en el corral de Lucas. La disposición de estas piedras, puestas allí para ocultarlo, no hacen sino ponerlo en evidencia (por lo menos así sugiere el personaje narrador, (p.170). Por último, la propia Pancha, la de la revelación final, será quien ayude nuevamente a cubrirlo, se supone que para siempre. Y a pesar de todo lo anterior, la presencia de Anacleto Morones se impondrá por sobre el resto de los personajes. Mas aún, si nos situamos en la perspectiva de una caracterización onomástica, en el apellido de Anacleto parece insistir en el hecho de que se trata de una imagen que se desintegra: es un montón de tierra, una construcción que se ha desmoronado gracias a las revelaciones de Lucas quien,a su vez, aparece como la imagen de un evangelista degrada- do, un antipanegirista de aquel Cristo de pueblo, producto de falacias y credulidades, de adulterios y distorsiones.
En definitiva, en Anacleto Morones (texto en el que redescubrimos situaciones narrativo-discursivas predominantes en la obra de Juan Rulfo) se propone un progresivo movimiento de revelación que permite poner al desnudo las formas y prácticas superficiales de religiosidad, los engaños e imposturas que éstas encubren, el intrincado duelo entre la realidad y apariencia. Con un discurso irónico y humorístico, en el que se imbrican sexo y religión, el texto entrega el derrumbe – pero también la asunción- de las leyendas, las supercherías y las mentiras que los personajes han integrado en sus existencias.
Y tal vez no pueda ser de otra manera, porque si la vida es un viaje constante por ese lugar de sufrimiento que es el mundo, y si en el presente sólo se pueden evocar esos viajes, si la vida no es más que el hacer y rehacer recuerdos en medio de la pobreza, la soledad y el sufrimiento, y si la existencia aparece desprovista de sentido, de porvenir ¿Qué otro asidero que da para los personajes sino aquellas prácticas distorsionadas, todo aquello que pueda permitir un refugio de instantes, un regocijo momentáneo? En este caso los personajes se aferran a una suerte de falsa e imaginada (pero querida) espiritualidad. Es una espiritualidad hecha carne porque la única certeza en ese mundo de carencias, incertidumbres y ambigüedades, es en concreto, la confesión final de Pancha. Lo que importa, lo que atrae, lo que mueve y orienta es el recuerdo de un hecho real e indiscutible: el Niño Anacleto: “sí que sabía hacer el amor.